Este perro nunca conoció la libertad. Comprado únicamente para cuidar un jardín, pasó tres largos años encadenado en un mismo lugar, sin permiso para vagar ni experimentar el mundo exterior.
Su vida estuvo marcada por la soledad y el abandono, hasta que todo cambió una mañana.

Cuando los rescatistas lo encontraron, la imagen fue devastadora. Su cuerpo estaba delgado, apenas más que huesos. La cadena alrededor de su cuello llevaba tanto tiempo allí que le había causado una inflamación severa y úlceras profundas.
La piel estaba en carne viva en el lugar donde el metal había rozado y tenía la cabeza dolorosamente hinchada.

Indignados por su estado, los rescatistas confrontaron al dueño. El hombre, al ver que el perro estaba demasiado débil y ya no servía, accedió a dejarlo ir.
Lo desencadenaron con cuidado y lo llevaron rápidamente a un hospital veterinario.
Allí, la situación se volvió aún más desgarradora. El perro tenía la boca tan hinchada que no podía comer. Para mantenerlo con vida, el veterinario tuvo que alimentarlo con leche por sonda.

Mientras el equipo médico le afeitaba el pelaje enmarañado, permaneció inmóvil, con los ojos llenos de tristeza, y entonces rompió a llorar. Los rescatistas tampoco pudieron contener las lágrimas.
Tras la limpieza y el tratamiento con antiinflamatorios, el perro empezó a descansar con más comodidad. Más tarde ese mismo día, el equipo regresó con una bolsa grande de comida.
Por primera vez, quizás en toda su vida, comió con avidez. El momento volvió a hacerle llorar; probablemente nunca le habían mostrado tantos cuidados ni lo habían alimentado tan bien.
Este perro ha sufrido años de dolor, pero ahora está a salvo. Sus rescatadores se comprometen a compensarlo por todo lo que ha sufrido, asegurándole un futuro lleno de bondad, consuelo y amor.
La piel estaba en carne viva en el lugar donde el metal había rozado y tenía la cabeza dolorosamente hinchada.